Ultra trail Himalaya: “La Ultra. The High” Crónica por Mark Woolley. (3º) 222km del tirón disputados 2-4 Agosto 2012. (Altitud: De 3.600 a 5.600m)

Correr una ultra trail por el Himalaya es quizá el sueño loco de la mitad de los ultreros que por el mundo trotan. Si además es dentro de una prueba tan extrema como “The High” por longitud (222km del tirón) y por altitud (3.600m – 5.600m) el reto es mayúsculo. El historial de Mark Woolley incluye varios UTMB, Badwater, Spartathlon,etc. Una garantía. Es todo un lujo contar con su visión personal de esta experiencia. Si te gusta correr largo en la naturaleza, no dejes de leerla: Crónica larga, para lograr entender una aventura fuera de serie.  

La Ultra – The High: Perfil de carrera comparado en longitud/altitud con Everest Marathon y Leadville 100 Miles. Sin comentarios 🙂

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“LA ULTRA/ THE HIGH 2012”, CRÓNICA POR MARK WOOLLEY (3º)

En uno de los rincones del mundo más bellos y remotos que existen vive el Dalái Lama en exilio de su tierra natal del Tibet. El valle de Ladakh es un inmenso desierto en altura y esta rodeado por majestuosos picos por encima de los 6000M, cubiertos con una capa de nieve que se extiende desde los 5000M hasta alcanzar las cimas. Desde las profundidades del  valle se pueden apreciar los inmensos glaciares que cuelgan de estas cimas en el horizonte, pero allí abajo, en lo profundo del valle, esta todo seco, dando lugar a uno de los desiertos a más altitud del mundo.

A pesar de ser oficialmente parte de la India,  Kashmir y la zona de Ladakh, la región histórica en la que me encontraba, es en realidad región tibetana. Está habitada por refugiados de Tibet que escaparon la ocupación de China en los años 50. Su cultura proviene principalmente de Tíbet, y por consecuencia la zona es conocida como “el pequeño Tibet”. Kashmir se encuentra actualmente en disputa con Pakistan e India—de hecho, en el valle vecino, al pie del glaciar Siachen, yacen los cuerpos de los soldados caídos en la batalla que fue librada entre Pakistan e India en lo más alto—y el apoyo oficial del estado de la India hacia el Dalái Lama causa que las tensiones entre India y China también sean altas.

A pesar de ser oficialmente parte de la India,  Kashmir y la zona de Ladakh, la región histórica en la que me encontraba, es en realidad región tibetana. Está habitada por refugiados de Tibet que escaparon la ocupación de China en los años 50. Su cultura proviene principalmente de Tíbet, y por consecuencia la zona es conocida como “el pequeño Tibet”. Kashmir se encuentra actualmente en disputa con Pakistan e India—de hecho, en el valle vecino, al pie del glaciar Siachen, yacen los cuerpos de los soldados caídos en la batalla que fue librada entre Pakistan e India en lo más alto—y el apoyo oficial del estado de la India hacia el Dalái Lama causa que las tensiones entre India y China también sean altas.

Debido a todas estas tensiones políticas, la presencia del ejército de la India es colosal. Nunca he visto tantos soldados en un solo lugar, pero a pesar de las obvias tensiones políticas, nunca me he sentido más a gusto y seguro. Mientras que es indudable que la presencia del ejército garantiza la seguridad del viajero, también es cierto que la cultura de los descendientes budistas de Tibet hace que uno se sienta aun más en casa desde el momento en que pisa por primera vez esta tierra.

The High es la creación del médico deportivo Rajat Chaun. Hace 3 años se puso en contacto conmigo por internet intentando interesarme en la primera edición de la carrera, pero en aquellas fechas ya tenía mi plaza asegurada para Badwater, y las preparaciones estaban hechas.

La Ultra – The High 2010: La edición inaugural.

Esta ha sido la tercera edición  y ha sido la primera vez desde que Rajat se puso en contacto conmigo que tuve la posibilidad de participar. Me llenaba de ilusión pensar en los 222 kms de altitud y esperaba encontrar allí la paz interna y la conexión interior que solo encuentro cuando corro largas distancias. Es lo que busco últimamente, ya no busco retos—creo que he encontrado mi limite, sé donde esta— y la competición no me llama mucha la atención, aunque tengo que admitir que me encantan los piques  entre compañeros. No, lo que busco en mi afición de correr ultramaratones es ese estado de desconexión con el mundo exterior  y esa conexión profunda con uno mismo, ese estado donde la mente esta completamente vacía y completamente llena a la vez. Hace poco leí un libro titulado “El Budismo Zen y el arte de correr” que me hizo darme cuenta de que he estado practicando todo lo que el autor exponía al menos durante los últimos 20 años. No hace falta recurrir al Budismo para darnos cuenta de que nuestro deporte nos hace sentir felices y nos ayuda a enfocar la mente. Los que corren largas distancias saben de lo que hablo. En otros artículos que he escrito he descrito esto asemejándolo a conectar con un animal ancestral, una forma más primitiva de nosotros mismos, una forma más pura.

Así, cuando empecé a correr a una altura de unos 4.000m sobre el nivel del mar, a unos 10 kilometros del pueblo Kardung—un pueblo pequeño totalmente parado en el tiempo en medio del Himalaya en el norte de India—solo buscaba conectarme con ese estado espiritual donde todo parece tan fácil y donde las piernas funcionan por si solas.

Pero había un pequeño problemilla. Durante la noche anterior me había despertado varias veces con un poco de fiebre, y entre despertar y llegar a la línea de salida tuve que ir al servicio al menos 10 veces. La diarrea era tremenda, y acepté que tarde o temprano  me iba a tocar. Casi todo el mundo en el campamento la había sufrido antes, y a mí me tocó el día de la prueba.

Previamente habíamos estado 2 semanas acostumbrándonos a la altura, y me pareció que lo hice muy bien, bastante mejor que la mayoría, y la prueba de todo aquello era el hecho de que era perfectamente capaz de correr cuesta arriba por encima de los 5.000m. Cuando salí a correr a esa altitud por primera vez tenía los dedos azules por la falta de oxigeno, pero después de una semana el color desapareció, y cuando me midieron el nivel de oxigeno en la sangre siempre lo tenía por encima del 90%, cifra que se regulaba a 94% después de varios minutos descansando. A los 3.600m la saturación era de un 97%, como si estuviera al nivel del mar.

No sentí los efectos de la diarrea al comienzo, por lo que salí con un trote suave, cuesta arriba en dirección a Kardung La, el paso de montaña a 5.600m y a 42 kms de distancia. Rajat decidió que estos primeros 42 kilómetros de la prueba, la primera maratón de los 222kms, deberían de ser cuesta arriba y deberían cruzar el paso de montaña transitable por vehículo más alto del mundo, antes de considerar cualquier otra cosa. Evidentemente eso representa un cierto desafío y para participar en esta carrera había que presentar un currículo deportivo ultra muy variado.

Rajat incluso usaba carreras como Badwater, Spartathlon y la Yukon Ultra como calificativas para la suya. No todo el mundo había hecho cosas tan brutales como estas carreras, y aunque la mayoría iban a acabar, lo iban a pasar muy mal. No quiero menospreciar a nadie, pero la gente que había hecho cosas de esa envergadura tenían una enorme ventaja y afrontaban la prueba con muchas más posibilidades. No me refiero a la preparación física, si no a la mental—solo las pruebas muy largas te preparan para los baches que te puedes encontrar en una prueba de 222 kms non-stop donde más de un 80% de la carrera transcurre por encima de los 4500 M. En los puntos más altos sobre los 5600M, solo había un 33% de oxigeno comparado con el que hay a nivel del mar. Si uno no tiene el coco mentalmente preparado, esto te puede frenar en seco. Si no tienes el cuerpo en condiciones te puede incluso matar.

Corriendo por este sitio tan maravilloso, en una carretera de un solo carril, pegado a la ladera de una montaña de piedras, sin vegetación a casi 5000M, pensaba que solo me harían falta unos minutos para conectar y encontrar el estado meditativo que mencioné antes. No fue así. Lo que no me había costaba ningún esfuerzo en los entrenamientos previos ahora se me escapaba por completo, y la subida hacía Kardung La se convirtió en una cosa puramente física. Pese a la diarrea no me encontraba mal, pero no lograba encontrar aquel punto dulce. Esta clase de carreras, donde la velocidad es un factor de importancia, implica que tengas contigo un equipo de apoyo. Mi equipo estaba compuesto por Romila Sil, Udaya Napa, Stansin y Stanzin, el conductor. Un grupo de gente majísima que me atendió hasta el último detalle, proporcionándome cada cosa que pedía. En carreras de esta magnitud hay que comer y beber—es el trabajo del equipo de apoyo asegurarse de eso. Pero solo podía beber, y cualquier alimento solido solo me provocaba ganas de vomitar. Esa sensación es bastante normal en un ultra maratón, pero no al kilómetro 20. Para colmo ya tenía una deshidratación fuerte, con molestias en la vejiga y con orina que parecía una taza de café.

Me dedique a beber y beber. Poco a poco recuperé los líquidos perdidos por la diarrea y empecé a orinar claro, demasiado claro, como si fuese agua mineral. Tomé sales y me vi obligado a restringir el consumo de agua. Beber demasiada agua es igual de malo que beber insuficiente. Íbamos por el kilometro 25. Solo esa distancia y ya tenía problemas. Llegamos al pueblo de North Pullu donde había una base militar—ya estábamos a solo unos 60 Kms de la frontera con Tibet.

En North Pullu pasamos el control militar y dejamos atrás el asfalto, metiéndonos en un carril de alta montaña medio descompuesto. Había bastantes sitios donde los derrumbamientos habían arrasado con el carril y en consecuencia varios lugares estaban en obras. Una gran parte del trabajo de los militares era mantener la carretera abierta. Por aquí, sorprendentemente, pasaban camiones multicolores llenos de mercancía, y era una obra de arte ver como dos de ellos podían pasar por un carril tan estrecho. No siempre pasaban con éxito, y en el fondo del valle yacían varios camiones reventados donde se habían caído. Cada vez que pasaba un camión me tenía que subir el buff alrededor de la boca y la nariz para no respirar el polvo que se levantaba. Seguía hacia adelante, ahora caminando, y cuando había una curva  en la carretera podía ver los demás corredores en transito.

Justo detrás de mí estaba Kim Rasmusen, de Dinamarca, y un poco más atrás Mark Hines, del Reino Unido. En aquel momento seguía en primer lugar, pero eso no iba a durar mucho tiempo—no podía comer y estaba sobreviviendo a base de las reservas de energía que tenía mi cuerpo. Cuando llegué al collado de Kardung La a 5602 metros, decidimos tomarnos un respiro de 10 minutos e internar comer unos noodles en el café más alto del mundo, situado justamente en medio del collado. Udaya pidió los noodles, y aunque me costó comérmelos, me entraron y no los vomité. Un poco de energía era precisamente lo que me hacía falta, y empecé a correr cuesta abajo hacia South Pullu en búsqueda de aire más rico en oxigeno. A 5600M solo hay un 33% oxigeno comparado con el que hay al nivel del mar, y como es de suponer, limita bastante el rendimiento físico, sobre todo para una actividad aeróbica como correr. Bajamos y bajamos, y a medida que lo hacíamos había más oxigeno, pero empezaba a producirse otro problema.

Los rebotes que causan el acto de correr, combinados con el evidente daño que había sufrido mi vejiga por la deshidratación, provocó que comenzase a orinar sangre. No me preocupaba demasiado, solo sentía una pequeña molestia en la vejiga, y  es una condición bastante frecuente en nuestro deporte—ocurre cuando las paredes de la vejiga rozan la una con la otra debido a una combinación de deshidratación y actividad física. Este rozamiento provoca sangre pero no es importante. Hubiera sido otra cosa si hubiera tenido dolores del riñón. Aflojé la marcha para ver si se me pasaba.

Con la marcha más floja evitaba que la vejiga estuviese molesta. Si mi auto diagnostico era correcto, al evitar el rozamiento, dejaría de orinar sangre en poco tiempo. Me obligué a beber y, efectivamente, después de unos 15 kilómetros, llegando a South Pullu, el problema se normalizó y mi orina volvió a un color normal, pero me encontraba enormemente limitado. No podía comer y tenía poca energía, tenía un problema con mi vejiga y no podía aprovechar la cuesta abajo para avanzar más rápidamente. Me sentía atrapado en la carrera y el estado de euforia que pensaba que conseguiría nada más empezar no podía estar más lejos de mi alcance. Y para colmo, antes de South Pullu hubo un chequeo médico. Tenía un 97% de saturación de oxigeno en la sangre, con el pulso más bien bajo. ¡Que frustración! Estaba adaptándome de escándalo, y sin embargo no era capaz de sacarle provecho.

Seguí bajando hasta que llegamos al pueblo de Leh, donde habíamos pasado las dos semanas previas acostumbrándonos al clima. El equipo de apoyo me esperaba justo antes de la entrada del pueblo ya que acompañarme por dentro era complicado. Bebí algo pero no podía comer. Salí corriendo a la velocidad que me era posible para enlazar con el equipo de apoyo al salir del pueblo por el otro lado. El pueblo de Leh y los siguientes 15 kilometros después del pueblo de Choglamsar fueron un caos. La carretera estaba llena de camiones, coches, motocicletas, vacas, burros, perros y gente. Aunque en India se conduce por la izquierda, parece que todo vale aquí. Entre el sin fin de pitidos de los coches, parecía más bien el flujo del agua por un río que una carretera—con la excepción que todo paraba en seco cuando se plantaba una vaca en medio. Uno se imagina que con este caos organizado, los conductores también respetarían a los corredores… pero no fue así. Solo las vacas se ganan un cruce tranquilo. Evidentemente no éramos muy bienvenidos y tuvimos que encender los cinco sentidos para evitar ser atropellados. Fue por aquí cuando alcancé a Kim de nuevo y me puse a caminar con él, los dos en cabeza en el km 90, pero duró nada más que un par de minutos ya que Micheal Nielsen, también de Dinamarca, nos pasó en un abrir y cerrar de ojo. Micheal tiene un tatuaje de Thor, el dios, en su hombro. Bromeábamos sobre que esta carrera sería en realidad entre Thor y Filípides, cuyo tatuaje llevo yo en mi pierna—El dios Thor contra la leyenda de Filípides. A Micheal no se le daban muy bien las subidas, pero en tierra llana era un monstruo cuyas largas patas nos dejaban a todas plantados mientras desaparecía por el horizonte. Era un placer verle correr con tanta elegancia y potencia. Pero también sentí mucha frustración—Yo también me defiendo bien sobre el asfalto y la tierra llana, pero mi cuerpo no me respondía. La falta de alimento causó que recorriese los primeros 90 kms de The High solo con las reservas que mi cuerpo ya tenía. Con la excepción de un pequeño plato de noodles, todavía no había comido nada. Pasamos por un punto de control en el  km 100 e intenté comer. Me tumbé un rato y Romila, Udaya y Stansin insistieron que comiese algo. Conseguí tragar algo de sopa y me di cuenta de que mi estomago no parecía estar revuelto. Pero mi energía todavía estaba muy baja y unos 10 kms más tarde intenté comer algo de arroz con leche. El arroz con leche es mi poción mágica. Funciona cuando nada más funciona y me obligué a comerlo a pesar de tener la sensación de que iba a vomitar… pero fue algo más que una sensación y eche la pota sobre la arena al lado de la carretera. Y lo eche y lo eche hasta que no quedó absolutamente nada en mi estomago.

Era por allí donde se encontraba la residencia de verano del Dalái Lama, el Monasterio Thicksey. Tengo que confesar que no estaba precisamente pensando en el Dalái Lama cuando pasaba por allí.

En este punto de la carrera fue cuando aniquile mi deseo competitivo y cambié el chip. Era evidente que no podía competir—la diarrea me había dejado sin fuerzas, no podía comer y no tuve otro remedio que bajar el ritmo y simplemente concentrarme en acabar la prueba. Decidí tumbarme unos 15 minutos para que se me pasase el mareo y empecé de nuevo. En aquel momento nos encontrábamos en un desierto, algo parecida a Death Valley, pero a una altura de unos 3600 M por encima del nivel del mar. La luz de la luna iluminaba el desierto en todo su esplendor  y a pesar de mi patético estado no pude evitar tener una sensación de profunda paz interior al encontrarme en semejante lugar.

El siguiente pueblo que pasamos fue Karu, donde nos esperaba la organización para informarnos de un cambio en la ruta. Más adelante la carretera que pasaba por el cañón llegando a Rumtsi había sido obstruida por la crecida del río. La carretera era impasable, por lo que había que cambiar el recurrido: Una ida y vuelta a Upshi, a unos 15 kms, para luego subir y bajar de Warila, un collado de unos 5000M metros. La distancia total seguía siendo 222kms.

Cuando empecé la marcha hacia Upshi, Micheal ya había vuelto y se estaba preparando para la última subida. En ese momento nos llevábamos un margen de 30 kms. Salí caminando, ya que mi cuerpo no daba para más. De hecho, tuve que descansar varias veces, y en uno de esos momentos me pasó Seow Kong como una moto. Me hubiera encantado acoplarme y correr con él pero no podía—estaba muy desgastado y todavía no podía comer. En modalidad supervivencia caminé por el desierto, y tras pasar una base militar colosal llegamos por fin a Upshi para simplemente dar la vuelta y volver a Karu. La carretera se hizo interminable y durante las pequeñas cuestas hacia abajo intenté correr pero era muy, muy difícil, por lo que solo conseguía correr un máximo de 100M a la vez antes de tener que bajar el ritmo de nuevo. Más o menos a estas alturas de la carrera me topé con Kim Rasmusen cuando él estaba de camino a Upshi y yo en el camino de vuelta. Durante la noche había tenido un accidente con una moto y estaba bastante lesionado. Kim es un tipo muy duro y sin perder su buen humor decidió caminar hasta al final. Por lo visto la moto había quedado hecha polvo y bromeaba sobre la pobre moto, que había tenido la mala suerte de chocarse con él, el danés, ¡y que con cualquier otra persona seguro que no se habría quedado tan mal parada!

Pasé también a Lynne Hewette y Jasmine Pierce. Estaban pasándolo bastante mal, con muchas ampollas en los pies, pero seguían adelante, imparables las dos a pesar del evidente dolor y sufrimiento.

Al llegar otra vez a Karu, nos metimos en un café y pedí una tortilla. No sé cómo lo logré, pero finalmente conseguí encontrar algo que podía comer sin que lo vomitase. Creo que estaba superando al fin la crisis de la diarrea—me estaba recuperando. Conseguí comer algo de pan también, y con esa nueva energía empecé la larga cuesta hacia arriba. Ahí abajo, a solo 4000M, hacía mucho calor y tuve que parar en los arroyos para mojar mi camiseta. Cuando no había algún arroya cerca, el equipo de apoyo me echaban agua encima y poco a poco me iba encontrando mejor. Empecé a comer un poco más, empecé a tener más energía, la cual se convirtió  instantáneamente en algo más de velocidad. Subimos y subimos, el equipo de apoyo proporcionando todo lo que necesitaba y yo haciendo lo que tenía que hacer: subir la montaña. No corría, pero marchaba con una fuerza imparable hacia arriba, hacia la cima que teníamos en frente.

Aún así tardamos el día entero y para cuando llegamos allí tanto la noche como las temperaturas estaban  cayendo. Bajando después de haber hecho cumbre, el primero en carrera era Micheal, seguido por Seow Kong. Nos abrazamos todos y nos deseamos éxito mutuamente. Tanto Micheal como Seow Kong eran muy fuertes y sabía que, a pesar de que estaba cerrando más y más el margen de tiempo que había entre nosotros, no les iba a alcanzar. Me gustaba aquello de esa carrera—todo el mundo quería lo mejor para los demás.

Es muy curioso hacer un esfuerzo físico por encima de los 5.000m de altura. Personalmente no tuve ningún problema a la hora de respirar y no me sentí incomodo en ningún momento, pero la acumulación del cansancio, la distancia (andamos por el km 180), combinado con la falta de oxigeno, causaron que las piedras se transformasen frente a mis ojos. Un sinfín de animales tomaban forma en aquella montaña. Osos, perros, osos bailando… y hasta vi un delfín nadar entre el mar de color marrón amarillento en el que se había transformado la montaña. Pero cuando me paraba para ver el espectáculo mejor, el oxigeno volvía a llegar a mi cerebro con más eficacia y los animales se volvieron a transformarse en humildes piedras sin vida alguna. Intelectualmente sabía precisamente lo que estaba ocurriendo y estaba disfrutando de ello. Apresuré la marcha cada vez más, no para llegar antes, sino para provocar y prolongar las alucinaciones tan divertidas que estaban flotando por mi cabeza.

Cuando llegamos a la cima, plantamos la bandera con mi nombre como prueba de haber estado allí y colgamos las banderas de oraciones que trajimos con nosotros. Stansin, que es budista, insistió en que colgase mi oración con las banderas para que las palabras se las llevara el viento. Deseé simplemente que todo el mundo bajara de la montaña de forma segura y con vida. En aquel momento no lo sabía, pero una tormenta estaba entrando y las temperaturas en la cima iban a caer hasta -8ºC durante la noche. Cualquiera atrapado aquella noche a esas alturas necesitaría todo la suerte posible de su parte para sobrevivir.

Empecé a bajar y comencé a usar la inclinación que me proporcionaba la cuesta para correr. Me sentía cada vez más fuerte ya  que estaba comiendo, y con la luz de la luna bajé aquella montaña, viendo las piedras que bailaban como animales en el Himalaya. Me paré a ver el cielo, todavía a 5000M, y para mi sorpresa vi un nave espacial justo por encima de mí. Era gigante con dos motores blancos que la propulsaban hacia adelante. Nunca he visto el “Starship Enterprise” tan grande y con tanto detalle, por lo que me paré para apreciar el espectáculo. No tardó mucho tiempo en desaparecer, convirtiéndose en una nube que ocultaba la luna. Era la primera nube de la tormenta que iba a romper en poco tiempo.

Al bajar pasé a Kim nuevamente. Nos dimos un abrazo, como era de costumbre, y le dije que se había ganado todo mi respeto por tirar hacia adelante incluso estando lesionado tras el accidente. Aunque no consideraba estar compitiendo con él, su presencia me motivó a forzar la marcha un poco más. Si este señor puede hacer eso en su estado, no me quedan excusas para no hacer esto más rápido, ni una sola. Luego pasé a Bill Andrews y a su equipo, el sexagenario que iba a convertirse en el finisher de mayor edad de la prueba a sus 60 años. Bill es científico, trabaja en frenar el proceso del envejecimiento, y es todo un personaje. Más adelante pasé a Jup Brown y Mark Hines, que habían combinado fuerzas y parecían tener el asunto completamente bajo control. Unos 30 minutos después de haber visto Jup y a Mark, las primeras gotas de lluvia empezaron a caer. La tormenta no tardó nada en abalanzarse con toda su furia sobre nosotros y en poco tiempo la lluvia era tan intensa que por el carril por el que estaba se formaron varios riachuelos. No se veía nada, y la tormenta cubrió la montaña entera. En la distancia se podían ver rayos y pensé en Micheal y en el tatuaje de Thor en su hombro, lanzando esos rayos. Me vestí con las capas de goretex que tenía, tanto la chaqueta como el pantalón, y seguí corriendo, cada vez más rápido. La lluvia me salpicaba en la cara y sentí una protección absoluta dentro de la ropa técnica. El equipo de apoyo estaba preocupado, estaba claro por las caras que ponían, ya que la tormenta era muy fuerte. Pero yo solo sentí diversión, alegría, alegría y más alegría. La enorme potencia de la tormenta lo era todo para mí—su energía me consumía y yo consumía la energía de la tormenta a la vez. Empecé a correr de verdad, olvidándome de los dolores de estomago y de la diarrea que me frenaba antes. Por fin empezaba a conectar con aquella bestia ancestral.

El estado de conexión era total, y la desconexión con el exterior que estaba buscando con tanto empeño estaba llegando. Lo que se me había estado escapado por completo durante toda la carrera por fin había llegado. Solo esa vez era diferente y era la energía de la propia tormenta que estaba canalizando todo. Corrí y corrí. Las pequeñas molestias desaparecieron y mis niveles de energía empezaron a subir. Supongo que todo tiene su explicación en la bioquímica de mi cuerpo, y que todo era culpa de la adrenalina que me provocaba estar en la tormenta. Pero no era por miedo, sino por pura diversión.

Pasé a Jasmin y le deseé todo el mejor. Yo ya iba bajando de la tormenta pero, ella seguía hacia arriba. Jasmin parecía estar bien pese a estar yendo más lento. Le dije que mantuviese al equipo de apoyo cerca y que si la tormenta parecía ponerse chunga no dudara en refugiarse en el coche.  Luego pasé a Lynne. Estaba apoyada en los hombros de dos integrantes de su equipo de apoyo, quienes la llevaban colgando. Parecía estar totalmente fuera de juego y no respondía ante mis ánimos. Estaba preocupado por ella, pero iba con gente, y si las cosas se ponían peor siempre tenia la opción del coche. Aún así pensaba que estaba tomando un riesgo por encima de lo que era normal en una carrera de ultra distancia.

A los 4.200m la organización había establecido un campamento, y cuando lo pasé Stansin, de mi equipo de apoyo, y Prashant, de la organización, me cogieron por los brazos y me llevaron dentro de una tienda de campaña. “Es demasiado peligroso correr Mark ” me dijeron. “Hay que tomar algo de té y esperar que la tormenta pase” dijeron, pero yo no quiera parar. Estaban preocupados por mi seguridad, algo que aprecié, pero solo me faltaba 15 kms para acabar y para colmo estaba corriendo en el mejor estado en el que había estado en toda la carrera. ¡¡La tormenta iba a mejorar sin duda mientras que bajaba!! Al final les convencí de que me dejasen ir y corrí como una bestia hacia la meta. El equipo de apoyo se adelantó más de lo normal ya que estaba corriendo muy bien, y la verdad es que no recuerdo mucho más. La desconexión con el mundo físico fue tan absoluta en esos últimas kilómetros que no recuerdo qué ocurrió. En un abrir y cerrar de ojos cubrí los 15 kilómetros restantes y crucé la meta. Rajat y su equipo estaban allí a las 3 de la mañana cuando llegué, lleno de buen humor para felicitarme de mi llegado pero paradójicamente yo solo quería seguir corriendo. Al encontrar lo que buscaba, al conectarme con “mi animal ancestral” quería que durase un poco más. Pero a los 5 minutos de estar parado, me desconecté de la zona y solo pensaba en dormir, igual que el resto del equipo y nos marchamos para nuestras camas.

Reflexiones:

Una vez más hay que destacar que para acabar una carrera de este tamaño no pudes hacerlo solo. El equipo de apoyo te proporciona todo lo que necesitas durante la trayectoria, y me gustaría darles las gracias de forma pública aquí. Para Romila, Udaya, Stansin y Stanzin: estoy muy agradecido por su trabajo y dedicación durante esos dos días en el Himalaya. Sin vosotros hubiera sido imposible. Gracias.

No todo el mundo tuvo éxito en acabar la prueba. 222 kms non-stop por el Himalaya tienen su salsa, y con mi experiencia lo pondría en la misma categoría que Badwater y Spartathlon. No me atreve a decir cual es la prueba más dura—es una cuestión que considero absurda, pero parece una que obsesiona la gente, algo triste ya que cuando uno se centra puramente en la dureza de la prueba se pierde el 99% de lo que verdaderamente es un ultramaratón. The High es una carrera tremendamente exigente, y si la altura no te trata con cariño, si no te adaptas al 33% de oxigeno que hay en el aire, si no eres capaz de aguantar 222 kms del tirón, ¡¡pues vas a sufrir como un perro y quizás no acabes!! Pero el sufrimiento es solo una respuesta nuestra ante una adversidad. A pesar de no estar en mi mejor forma para esta carrera, no lo pasé mal en ningún momento. Es como decía Lawrence de Arabia, “No es que no duela, el truco esta en que no te importe que duela”

El día después de la carrera, ante la insistencia de Stanzin del equipo de apoyo, fuimos Udaya, Stanzin y yo para ver un sermón del Dalái Lama. Unas 20.000 personas locales se juntaron en un campo cerca del monasterio, entre las cuales nos sentamos pese a que había  zona habilitada para extranjeros con traducción simultánea en inglés. Yo quería escuchar su propia voz, no quería escuchar a un traductor, y Stanzin me fue traduciendo lo más importante. La gente, sin conocerme de nada, empezó a ofrecerme comida y bebida. Lo poco que tenían querían compartirlo conmigo y los demás. Nosotros solo teníamos un pequeño paquete de galletas, el cual abrimos y compartimos también. Una gente que vive en condiciones mucho más duras que las nuestras, pero que parecen mucho más felices. A lo mejor no es nada más que la visión distorsionada de un viajero, pero es con lo que me quedo de todo aquello: una gente serena, generosa y feliz a pesar de ser pobres refugiados. ¡De eso podemos y debemos aprender nosotros!

Mark Steven Woolley                                                                                                                            Editado y corregido por Laura Woolley (Hija)

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Info recopilada por Mayayo para Carrerasdemontana.com